campo vs. gobierno

queridos!! tanto tiempo chee... estamos vagos, estamos vagos... pero bue, cuando la patria llama, no hay vagancia que se justifique ante el clarín de esta hora! con tan patrióticas motivaciones, les dejo este pequeño escrito nacido de una agitada (y ebria) discusión con gui y tefi el día después de la trágica decisión de cobos... tal vez la pasión (beoda) que lo sucito sirva de justificación por su precaria legibilidad (si, la redacción es pésima!). como siempre, aguardo sus comentarios, y también que reactivemos esto equipooo! de hecho, hay en el artículo un pedido por que macha comparta unas reflexiones de las cuales le afané algunas ideas...

éxitos!
ori

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"Los que primero cayeron como siempre fueron los pobres, después fueron los trabajadores, después vinieron por la clase media, por esa clase media que muchas veces a partir de prejuicios culturales termina actuando contra sus propios intereses. Los intereses de la clase media son los de los trabajadores, son los de los empresarios comerciantes, son los de los argentinos que tienen sus intereses atados aquí a la tierra, que no pueden girar dólares al exterior, que tienen su casa aquí, sus hijos."
Palabras de la Presidenta de la Nación en el acto del 18 de junio 2008


El conflicto planteado y aceptado en los términos dicotómicos “El Campo” versus “El Gobierno” y su consecuente resolución a favor del primero despertó opiniones efervescentes en la sociedad civil debido a que tocó puntos nodales de las identidades dominantes. Explorar vagamente el motivo de esa efervescencia ante la usual indiferencia que despiertan los asuntos políticos es lo que me lleva a escribir este artículo varias veces postergado. Comprendiendo que la dinámica propia de lo político se articula siempre sobre una totalidad social inherentemente fallada (en su división en clases, por tan sólo nombrar a la más amplia posición de sujeto posible), es la definición legítima de la noción de comunidad resultante de esta puja la que motiva mi escritura, ya que esta sutura conlleva odiosas implicancias políticas.

¿Qué implica que amplios sectores de la sociedad argentina hayan apoyado a los reclamos del Campo?, ¿que el sentido común se haya identificado con este discurso en vez de con el sostenido por el Gobierno? Para intentar responder a estas preguntas, es antes necesario detenerse en algunas características del mismo.

Por empezar, había en él una apelación a lo nacional desde una óptica comunitaria, que por eso mismo sostenía idealmente la posibilidad de una unidad armoniosa entre las partes. Ellos representaban a la Argentina como tradición, modo de vida, experiencia cotidiana, independientemente de las articulaciones políticas concretas propias de la esfera de lo estatal. Así, se aprovechaban las connotaciones negativas de lo “político” instauradas en la sociedad argentina a partir de la dictadura militar de 1976, y luego reforzadas por el neoliberalismo en democracia. En esta visión, el agente mayoritario, el individuo común y corriente se aglutina bajo el significante “la gente” a secas*: sin ningún tipo de marca que haga referencia a una condición de clase o rasgo que particularice una determinada posición en el mundo social, reafirmando una totalidad “argentina” victimizada por agentes claramente marcados: Estado, políticos corruptos, “el que no labura”. Términos todos conspicuamente mudos respecto a cualquier determinación económica sobre ellos.

En breve, este discurso proveía por un lado una concesión a la acción de los “males de la sociedad argentina” que le permitía a la “gente” adoptar una posición de víctima frente a una situación de pauperización diaria, a la vez que resaltaba discursivamente la posibilidad y existencia de una unidad armónica entre intereses antagónicos mediante la postulación de la “Nación” como entidad discursiva. El deseo de comunidad puede contener una veta absolutamente revolucionaria en tanto sea actualizado como figura comparativa que resalte la opresión y la explotación presente, pero también puede funcionar como suturadora de las brechas realmente existentes en un plano meramente ideal. En este conflicto en particular, frente al tan reiterado deseo de que “sea como sea se solucione el conflicto” y el “esto no puede seguir más” expresado por los medios de comunicación re-productores de algo que ya estaba presente en la sociedad, el Campo introdujo este significante actualizándolo en este último sentido “superador de las diferencias”. En la misma veta anuladora de la dimensión conflictiva y de lucha dentro de la sociedad funcionó la elevación simbólica del “gaucho” o el trabajador del campo con tintes idealizantes como representante de la argentinidad o del “laburante” a secas (Conspicuamente, esto me recuerda a las labores de Lugones por la época del Centenario, dedicado a la elevación del gaucho como símbolo de la Nación, precisamente cuando éste como tipo social realmente existente estaba desapareciendo…)

¿Cuál era el discurso del Gobierno? ¿Ante qué fondo el del Campo se recortaba como figura? Más allá de una efectiva adhesión al gobierno nacional y sus políticas – ya que es claro que algo así como una redistribución del ingreso dista de ser una realidad tangible o una voluntad política imperiosa- su discurso mínimamente hacía referencia a la lucha de clases. Por supuesto que no en estos términos claramente marxistas, ya que su pretensión es ser el gobierno de todos los argentinos, pero por lo menos hacía alusión a actores económicamente recortados y a una oposición inevitable de intereses que se disputan una misma totalidad: la renta nacional.

Frente a estas dos disyuntivas, ¿qué actitud tomó “el pueblo argentino” como identidad, o al menos la porción del mismo que goza con más legitimidad simbólica, aquella clase media, sentido común, comunacho (sí, es despectivo)? Se alineó a los reclamos del Campo, hartos de que el Estado “les meta la mano en el bolsillo” (en vez de clasificarlo como aquel que le paga a la policía para que les cuide su quintita), y sobre todo hartos del “tono combativo del gobierno”. ¡Claro! Si no hay necesario conflicto entre las clases, y menos que menos algún tipo de participación de estos sectores en que “esos que no quieren laburar” no tengan nada (¡excepto planes sociales, de arriba!).

Lo que la victoria del campo significa en términos simbólicos es una sociedad que no quiere reconocer el conflicto clasista, y eso es lo a mí particularmente me irrita de la situación, ya que esto permite dar una idea de lo lejos que se está de una configuración simbólica de la realidad que permita reorganizarla de manera más favorable hacia –mínimamente- una sociedad más incluyente (y fijense que ni siquiera estoy haciendo referencia a un horizonte tan ambicioso como una especie de socialismo). Frente a los “negros” que efectivamente apoyaban al gobierno se erigían los verdaderos trabajadores: la condición de ser trabajador (sí, proletario, o más aún: lumpen- intentando rescatar a partir de este adjetivo algo del ámbito de la percepción simbólica, no respecto a un supuesto lugar estructural) no es valorizada por su existencia a secas, sino solamente en tanto se lo revista de una dignidad mítica: gaucho. De esta manera, se evidencia un asco respecto a lo popular en tanto expresión cultural en sus propios términos. Cuando éstos se expresan, no son reconocidos como válidos en sí mismos. Un claro ejemplo de esta ceguera paternal hacia lo que deben ser los sectores populares es el caso de los socialistas y comunistas que no pudieron ver a los agentes protagonistas del 17 de Octubre del 45’ como obreros, trabajadores, sino como “turba inórgánica”, “masa”. Problemática perpetuación aún en el presente de la dominación de clase en las categorías perceptivas por parte de aquellos que intentan representar a la “clase obrera”, ya que la ven acorde a un deber ser: explotada, pero honesta y medida, sufrida: cristiana. Lejos, lo más posible en términos de conducta, de actitudes de desborde dionisíaco como mear en la Plaza o emborracharse…

No me inmiscuiré aquí con las implicancias económicas de este conflicto y su resultado porque son obvias. Tan sólo con seguir la trayectoria de las distintas agrupaciones del Campo durante la reciente historia argentina es suficiente: rechazo ante el estatuto del peón, apoyo al golpe del 76, etc. etc., ni tampoco con sus consecuencias negativas como modelo de inserción económica del país en el mercado mundial. En cambio, este pequeño artículo verborrágico meramente intentó resaltar algunas implicancias simbólicas de la victoria del Campo que pudieran señalar algo así como un estado de la cuestión del imaginario social dominante actual y poner con ello de manifiesto la enorme adversidad ante la que nos enfrentamos quienes intentemos intervenir sobre las identidades discursivas para desplazarlas hacia efectos de realidad más igualitarios que los se erigen ante nuestros ojos. Éstos no pueden ser calificados más que con términos alarmantes, ya que aún adhiriendo en parte a un discurso posmoderno, la omnipresencia de la explotación del hombre por el hombre no puede ser minimizada.

*(Los remito aquí a mi amigo Macha y sus reflexiones - en proceso de publicación - en torno a Laclau y la sociedad argentina contemporánea)