NOVA

Saturday night Rock

NOVA.
Una gran banda. De unos grandes amigos.
No se lo pueden perder.


Para más:
http://www.novasinfonico.com.ar/

algunas tinieblas corazonadas

holas!! les dejo una serie de desordenes concentrados en un desorden... las condiciones de producción de este escrito consisten en un touch de cerveza más algunas ideas que me andan dando vuelta por mi cursada de literatura del siglo XX. la verdad, es que no se muy bien qué quieren decir, ni si estoy totalmente de acuerdo (conmigo misma seguro que no), pero yo que sé... salió así. vean qué les parece!

éxitos!
ori

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Entran en la cancha, superpuestos, desordenados, cambiándose incesantemente la camiseta algunos pata-dura: Conrad, Céline, Benjamin, Badiou, Deleuze, Derrida… el fútbol evidentemente no es lo suyo: pierden sus rostros, hacen goles en contra, se desdicen, son malinterpretados… y siguen jugando… rápido, sin pensar, se pasan la pelota: entre ellos, contra ellos…y juegan…

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La figura de la anábasis plantea un viaje pensado como circular, donde el retorno está incluido como fin, pero cuyo transcurso es irrumpido por algo impensado que suspende su sentido originario. Así éste en una errancia a la que es imposible sustraerse hasta la invención de un sentido nuevo que permita llegar al punto de partida, por supuesto desplazado en tanto significación por el entre transcurrido.
El momento de la errancia es el de la absoluta desnudez, aquel en el cual no queda más que la propia presencia, la nuda vida, de-significada, en su más pobre y plena materialidad. En conjunción a la suspensión de la identidad, dejando vislumbrar su trasfondo de nada, (¿pero, qué es nada?), salta toda continuidad temporal, todo su ordenamiento posible, reintegrando a las dimensiones del pasado y el futuro al perfecto, invivible presente. Invivible, en tanto tal, siempre out of joint consigo mismo, desbordándose en proyecto, creación de sentido: nuevo.
Plausible de ser superpuesto a esta noción de la anábasis, tal como se jugaría con una hoja de calcar sobre una superficie previamente escrita, podemos acercarnos al Corazón de las tinieblas de Conrad, aquel viaje relatado por Marlow al Congo Belga: Una simple expedición de civilización del otro, pobre otro, y de paso, unos vueltitos de marfil en el bolsillo: “What redeems it [the conquest of the earth] is the idea only. An idea at the back of it; not a sentimental pretence but an idea; and an unselfish belief in the idea – something you can set up, and bow down before, and offer a sacrifice to…”
Un barco transportando la misión civilizadora, un sentido… hasta que el otro irrumpe como uno, hasta que el otro soy yo: “… that was the worst of it – this suspicion of their not being inhuman. It would come to one slowly. They howled and leaped, and spun, and made horrid faces; but what thrilled you was just the thought of their humanity – like yours – the thought of their remote kinship with this wild and passionate upoar. Ugly. Yes, it was ugly enough (…) there was in you just the faintest trace of a response to the terrible frankness of that noise, a dim suspicion of there being a meaning in it which you (…) could comprehend.” Pérdida radical del sentido, de las coordenadas que me autodefinen, carne del ideal, ideal en la carne.
Pero hay que volver… el riesgo de la suspensión del ideal identificatorio del yo es la locura: Kurtz, que contagia, que no puede ser olvidado, cuya presencia infecta las puras aguas londinenses. Hay que volver sí, pero la resignificación es inevitable, tanto como la expansión de las tinieblas… tal como son expansivos nuestros pasos.

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Y Marlow puede volver… podría pensárselo como aquel narrador al cual Benjamin valoriza por su capacidad de transmitir la experiencia, aquel que convierte a la vivencia en un legado para sí mismo y para otros, aquel cuyas marcas son inescindibles del relato, en el cual su contenido proposicional es inseparable de su acto de enunciación. Performativo, sí, pero cuyo peso radica en que sólo puede ser enunciado en tanto la vida sea apropiada, el mundo habitado, marcado por la experiencia discursiva…
Pero también nos encontramos con la figura de Kurtz, alteridad radical, yo hasta ser otro, desplazamiento de la voz, de la vida, “The horror, the horror”… lo otro en su otredad y por ello, la palabra suspendida, la palabra anulada, no más tinta sobre cuerpos ajenos. Pero el precio de la identidad de todo consigo mismo es el silencio, es intentar pensar sin pensar la paradoja que encierra esta última palabra misma… Kurtz línea de fuga deleuziana, pero muda… muda será, pero al fin y al cabo, se entiende lo que quiero decir cuando digo muda, ¿no?
La experiencia es aquello que se transmite, y en tanto transmisible, implica una identidad consigo mismo, una fijación y ella consiste en hacerla lo que es… vida habitada de garras y dientes, violada, pero así hecha vida, carnal con lo que vivimos: nuestra vida… Lo que mejor puede decir el horror de la guerra es la mudez fiel a su monstruosidad. Lo otro es el horror… el silencio. Sin embargo, preferiría que los hombres no vuelvan mudos del campo de batalla…

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Miro un cuadro cubista de Picasso. No me devuelve mi perspectiva fija como espectador sobre aquella mujer. Me muestra a esa(?) mujer, sólo a esa, pero en la multiplicidad inabarcable pero acotada de ángulos posibles en que podría verla. Pero entonces, ¿es la misma? Millones de perspectivas confluyen, haciendo estallar en pedazos una imagen uniforme, única de esa mujer… y yo miro… ¿y yo? ¿Puedo yo acaso ser retratado como esa pintura? ¿Puedo acaso ser yo y sólo yo? La fragmentariedad que miro me devuelve su carácter como un espejo…
Pero miro. Yo miro. ¿Ilusión del lenguaje? Tal vez… seguro vez, vos ves, y yo veo. No hay un punto de vista total, eso es lo que me devuelve el cuadro, y me lo devuelve a mi, incluyéndome en su lógica, pero a su vez yo estoy fuera del cuadro, mirándolo con todas esas perspectivas incongruentes entre sí, enmarcadas en un cuadro… que puede ser re-enmarcado, tal como cualquier contexto puede ser re-contextualizado… pero, de nuevo, me lo devuelve a mi, que soy un millón, pero alguien me puede ver como uno…
Siempre vemos como uno… La política encuentra su condición de posibilidad en la contingencia de ese uno, en su esencial contingencia, y creo que debería construirse hacia esa multiplicidad habitante en lo uno, pero partiendo de un uno. Sino, creo que se cae en el solipsismo de la imposibilidad, mientras que cuando hablo, hablo… aunque no me escuchen, porque no me escucho, porque el silencio es constitutivo.

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Viaje al fin de la noche de Céline. Novela brillante, larga, insoportable…
Pensando al viaje como metáfora topográfica, éste nos presenta su extensión y su momento de partida como aquel de lo imaginario: “Nuestro viaje es enteramente imaginario. De ahí su fuerza.” Ello es lo que permite toda la enunciación de la novela, todo está dicho en ese registro. Así, algo se cuenta, sucede, volviéndose visceralmente ilegible de a ratos… la vida es lo que se sucede. Sin embargo, nuestra lectura es un viaje, un desplazamiento propuesto desde el título hacia algo: el fin de la noche… Hacia la noche, aquello que por definición no podría verse: la nada … Lo real: esto es lo que encontramos sin encontrarlo, fugitivamente, al final de la novela: “El remolcador pitó a lo lejos. Su llamada pasó el puente, un arco, todavía otro arco, la esclusa, otro puente, lejos, más lejos… Llamaba a todas las gabarras del río, todas, y a la ciudad entera, y al cielo y al campo y a nosotros; todo de lo llevaba, el Sena también, todo, no se hable más.”. La única manera de decirlo es mediante el silencio.
Ello nos permite sugerir una posible aclaración a lo que a primera vista podría parecer contradictorio de las líneas del epígrafe. Allí se nos dice que el viaje “Va de la vida a la muerte”, pero sin embargo, y al mismo tiempo, “Ocurre al otro lado de la vida”, que uno supondría que sería la muerte, enunciada en términos positivos (si es que es posible postivizar a la nada) Entonces, va de lo imaginario a lo real: la muerte, el Podría pensarse entonces que lo que ocurre durante el relato es la muerte imaginada; ella es la sustancia de lo real, pero que a su vez nunca puede ser aprehendida como tal, sólo puede ser el otro lado de la vida. Sólo se puede hablar desde lo imaginario, la vida, cuyo fondo es un vacío constitutivo. Este movimiento de la vida a la muerte, que con esta fórmula parece prensentarse como meta, sólo puede advenir, hacerse presente en el fin de la novela, en su silencio.
Este intento de hacerle verdad a la nada, al sin sentido detrás del sentido, a esa nada mediatizada y captada en la pesadez del relato imaginario, lo que Badiou llamaría “pasión por lo real” podría considerarse como propio del siglo XX. En este sentido, puede ser interesante comparar a un escritor límite del siglo XIX como lo fue Conrad, en su presentación del personaje de Marlow. Ante la experiencia lo real, del horror de Kurtz, Marlon elige sobre-vivirlo, ponerse del lado de la vida como diría Derrida, por ejemplo en su testimonio a la viuda: las “palabras” del horror no pueden ser reproducidas, deben transformarse en un relato ennoblecedor… Impotencia ante lo real: “The horror, the horror.”